Publicado en Getafe Capital el 7 de diciembre de 2015
Las
conclusiones del último informe de 2014 del Panel Intergubernamental del Cambio Climático
(IPCC), muestran de forma amplia como el aumento en la intensidad del cambio
climático causado por la actividad humana tiene a su vez un impacto negativo
directo sobre las propias sociedades humanas, con un aumento, por ejemplo, de
las desigualdades, la pobreza o las migraciones. Sin embargo, este tipo de
impactos sociales se han visto relegados históricamente en las cumbres
climáticas, no pareciendo que la COP21 de Paris de 2015 vaya a ser una
excepción en este sentido.
En el caso de las migraciones, su limitado
reconocimiento en el debate climático pasa inicialmente por las dificultades para establecer una relación directa
entre cambio climático y migraciones, dada la diversidad de factores de índole
medioambiental, pero también social, económico o político que influyen en los
procesos migratorios. Entender esta complejidad es fundamental de cara a
comprender los vacíos y carencias a la hora de abordar el problema.
Siria como
espejo
Además, la actual crisis de los refugiados sirios surge
como un obstáculo, haciendo del debate sobre las migraciones en la Cumbre de
Paris un tema de carácter extremadamente controvertido. Sin embargo, y como
paso previo a cualquier negación para abordar el problema de las migraciones,
se debería tener en cuenta que el cambio climático es uno de los activadores de
la guerra civil siria y la posterior crisis de refugiados que llegan a Europa.
Recordemos que entre 2006 y 2010 miles de familias campesinas sirias se vieron
forzadas a migrar hacia las grandes ciudades como fruto de la sequía que
devastó el noreste del país. La masificación y la superpoblación de los núcleos
urbanos y la incapacidad del gobierno para proveer la protección social
necesaria, fue parte del caldo de cultivo ideal para que ese descontento social
se tradujera en el levantamiento contra el régimen de Al-Assad.
Esto es, el conflicto sirio nos explica muchos de los
factores multicausales que vinculan el cambio climático con las migraciones y
nos dice
mucho de la importancia de la gestión futura de estos procesos.
Debemos entender que el cambio climático no conoce de
fronteras estatales, y los impactos y consecuencias del cambio climático de hoy
sobre Siria, pueden ser los de mañana en otros territorios más ricos. Las
sociedades occidentales no van a ser ajenas en el futuro al aumento de las
sequias o la subida del nivel del mar, las crisis alimentarias derivadas, el
empobrecimiento de las comunidades, las migraciones hacia otros lugares para
huir de esa pobreza, el aumento de las desigualdades y el descontento social
expresado en un aumento de conflictos y guerras. No lo olvidemos.
Sin
embargo y por el momento, los intereses económicos y de seguridad priman sobre
la defensa de los derechos humanos y la vida. Los europeos giramos la vista ante
la visión del gran cementerio que es ahora el Mar Mediterráneo y preferimos
mirar a Europa como un espacio exclusivo de supuesto bienestar frente a un
patio trasero abarrotado de desheredados.
Al
trasladar esta visión obtusa de la realidad al debate climático, encontramos
una ausencia de interés por parte de los países desarrollados por intentar
alcanzar acuerdos mayores en materia de migración y desarrollo, así como una
falta de interés evidente por tratar temas como los derechos humanos, la
pobreza o la desigualdad, pero que vienen de la mano del cambio climático.
Una agenda controlada por los
intereses económicos
El carácter predominantemente económico-financiero de
estos debates y la propia gestión del cambio climático como un problema
económico, ofrece una estupenda salida de escape a los gobiernos en su gestión
cortoplacista del problema y en su interés por evitar abordar la gestión humana
del cambio climático. Lo importante en Paris es alcanzar un acuerdo financiero
global para enfrentar el cambio climático, y ese miedo ante un posible fracaso
en este menester, sirve igualmente de parapeto para que los estados, sobre todo
los países del Anexo 1 (países desarrollados en su mayoría), decidan no abrir
frentes de discusión más amplios que el de la propia financiación del acuerdo
que entrara en vigor a partir de 2020.
Este enquistamiento de la Cumbre en un único objetivo,
refuerza el poder que tienen los grandes intereses económico-financieros en su
capacidad de acumular riqueza mediante el uso de combustibles fósiles, el
agotamiento de los recursos naturales, la degradación del medioambiente y la
explotación social. Igualmente, este enfoque se traduce en unas “soluciones a
la carta” para las élites gubernamentales y corporativas ejemplificadas por el
Protocolo de Kioto, los mercados de carbono y veremos si el acuerdo que está
por nacer, que sirven poco más que para limpiar la cara de estos intereses ante
la sociedad, pero que ocultan una cara extremadamente sucia, tal y como se ha
podido observar recientemente con el fiasco de Volkswagen.
¿Paris como
punto de inflexión?
Frente a este control interesado de las negociaciones,
surge el papel marginal en las negociaciones de los países más pobres y
afectados por el cambio climático, así como de las organizaciones de la
sociedad civil que claman por una gestión humana y social del mismo.
Aun con todo, la cumbre de Paris debe significar un
punto de inflexión que permita superar el mercadeo al que se ven sujetas estas
reuniones, abriéndose a una nueva reconceptualización del desafío que supone el
cambio climático para las sociedades humanas. Esto implicaría que además de
establecer una conciencia y una dirección común en cuanto a la reducción de
emisiones y el uso de combustibles fósiles, hubiera espacio para salir del
dominante enfoque económico-financiero de estas cumbres, e intentar ampliar el
debate hacia cuestiones vinculadas a la importancia de los Derechos Humanos y
la solidaridad ante la creciente pobreza y desigualdad fruto del impacto del
Cambio Climático.
Es
a partir de estos argumentos, basados en unos fuertes pilares de justicia
social y climática, desde donde también podemos vislumbrar algunas de las
soluciones al problema de las migraciones inducidas por el cambio climático.
Del mismo modo, es a partir de este enfoque desde donde se podrá superar de una
forma practica el actual vacío legal en el que queda la definición y el
reconocimiento de los migrantes o refugiados climáticos, así como la falta de
interés de los estados por verse atenazados por acuerdos vinculantes
internacionales que pudieran implicar algún tipo de responsabilidad en cuanto a
la protección de los migrantes.
Por
tanto, y más allá de la posibilidad de
que se acuerde una mención explícita a las migraciones en el texto final de la
negociación, o exista el compromiso para poner las bases de un mecanismo
ad-hoc que pudiera abordar los desplazamientos humanos inducidos por el clima, lo
que debe surgir de Paris es una señal evidente y clara a la comunidad
internacional, de que la gestión de los desplazamientos humanos y los derechos
y el bienestar de las personas desplazadas deben ser parte fundamental en las
políticas de lucha contra el cambio climático y sus impactos.
Integrando desafíos
y posibles soluciones
Trasladar
la complejidad del cambio climático en cuanto a sus diferentes impactos sobre
las sociedades, nos debe llevar a analizar también la complejidad y los otros
desafíos que enfrentan las sociedades occidentales y la necesidad de elaborar
respuestas que integren esos desafíos sociales globales con los añadidos por el
cambio climático.
Porque
cuando hablamos de esas personas y comunidades a las que no les queda otra
opción que desplazarse de sus lugares de origen en busca de unas mejores
condiciones de vida, también tenemos que mirar, de una forma egoísta, hacia
nuestras propias sociedades. ¿Y qué es lo que encontramos? Un continente y un
país (España) de viejos. Los españoles son siete
años más viejos de media que hace dos décadas, con una edad media en 2014 de
41,8 años, situándose esta edad media cercana a la media europea de 42,2 años
según Eurostat, no pareciendo igualmente que las actuales tasas de natalidad
vayan a revertir esta situación en el futuro.
El
cambio demográfico, junto a la migración, la globalización, o el cambio
climático, son desafíos que Europa pareciera no querer abordar en su conjunto,
frente a la evidente necesidad de actuar que impone, por ejemplo, el mencionado
creciente envejecimiento de la población europea y la necesidad de importar
mano de obra. En este sentido África y otros continentes surgen como un
auténtico recurso estratégico. África en particular, es uno de los continentes
que más está sufriendo los impactos del cambio climático, pero también es el
que tiene la población más joven. El mestizaje de Europa no es una opción, es
una necesidad.
Sin
embargo, la necesidad, la planificación y la puesta en marcha de estos procesos
migratorios deben hacerse desde postulados cooperativos y no restrictivos. Los
migrantes no vienen a trabajar por las limosnas europeas, vienen a salvar a la
sociedad europea del colapso y la decadencia que supone su envejecimiento. Es
necesario pasar de la coacción para hablar de oferta y apoyo a la migración a
partir de la promoción de los derechos sociales, laborales y económicos de los
migrantes, generando igualmente mecanismos que permitan que las diásporas
puedan invertir en sus lugares de origen en actividades dirigidas, por ejemplo,
a revertir la degradación de la tierra y la adaptación al cambio climático.
Igualmente,
al situarnos en los países que sufren con mayor virulencia la pobreza y los
impactos del cambio climático, se hace necesario la cooperación y el desarrollo
de políticas y programas de protección social y medioambiental que permitan
vincular la protección de las personas y comunidades y la lucha contra la
pobreza con la protección del medioambiente y los medios de vida, tal y como se
están llevando a cabo en Brasil, India o Etiopia entre otros países.
Este
tipo de políticas permitirían fijar a las poblaciones a sus lugares de origen y
adaptarse en primera instancia al cambio climático evitando un aumento de los
desplazamientos. Pero no olvidemos también que hay poblaciones que son tan
pobres que, ante la degradación de sus medios de vida, acaban siendo tan pobres
que no llegan a tener ni los medios para poder migrar. Por tanto, no hablamos
únicamente de “movilidad”, sino también de “inmovilidad” como un impacto
derivado del cambio climático y de la pobreza como un factor clave que hace a las personas más vulnerables ante el cambio climático.
Aunque
sería un tema a tratar más a fondo en otro espacio conviene también pensar en
cómo serán los impactos del cambio climático en los países desarrollados y los
desplazamientos humanos vinculados. Tal y como se ha recordado, el cambio
climático no conoce fronteras y el aumento de la desertificación y la subida
del nivel del mar impondrá a que muchos países con grandes kilómetros de costa
y susceptibles a unos mayores procesos de desertificación, como España, tengan
que comenzar a poner en práctica estrategias que aborden estas realidades
cercanas y planifiquen soluciones, pasando en muchos casos por la
relocalización de muchos asentamientos humanos.
Los
desafíos que enfrenta nuestra sociedad, ya fueran sociales o vinculados al
cambio climático, ofrecen múltiples y complejas capas que deben ser enfrentadas
desde enfoques cooperativos e inclusivos capaces de enfrentarse con garantías a
los escenarios apocalípticos y los discursos reaccionarios que de fondo solo
persiguen beneficiar a intereses particulares. Es desde esta perspectiva desde
donde mejor se podrá comprender la realidad futura del cambio climático y
responder a sus desafíos. Esperemos.